sábado, 29 de diciembre de 2012


Mucho se ha hablado y escrito sobre Felipe II, el rey más famoso de cuántos se han sentado en el trono de España a lo largo de su historia. Ésta fama hay que achacársela al momento histórico que le tocó vivir, en pleno siglo XVI, con el Renacimiento en su fase final y con una hegemonía mundial e incontestable de España en el orbe.

América estaba reportando enormes beneficios monetarios a la Corona. La monarquía hispánica no sólo tenía las posesiones americanas, sino que una quinta parte del continente europeo rendía pleitesía a Madrid, y aunque era aquí, en Europa dónde se dispendiaban los recursos americanos, la mano ibérica (ya con Portugal incorporado) seguía siendo demasiado temida.

Sin embargo, no hablaremos de política, guerras o conquistas, sino de quizás, la faceta menos conocida del Rey Católico, la amorosa.

Felipe II tuvo cuatro esposas; María de Portugal, María Tudor, Isabel de Valois y Ana de Austria (madre de Felipe III), y varias amantes, siendo la más querida por él (y de la que nos ocuparemos en este capítulo) Isabel de Osorio.




Isabel de Valois, princesa de Francia (1546-1568) Tercera Mujer de Felipe II y su esposa más querida. A su muerte, el monarca llevaría siempre luto, siendo retratado así por Sofonisba Anguissuola.



Ana de Austria (1549-1580). Sobrina de Felipe II y su cuarta esposa. Fue madre de Felipe III.


Isabel de Osorio era hija de María de Rojas y Pedro de Cartagena, señor de Olmillos y regidor de Burgos, a la sazón descendiente del judío converso burgalés Pablo de Santamaría, quien antes de abrazar el Cristianismo había sido gran rabino de la judería de Burgos con el nombre de Selemoh-Ha Leví. Se quedó huérfana a una edad muy temprana, por lo que fue criada por su tío Luis de Osorio, de quien adoptó su apellido.

En 1545, siendo todavía príncipe, Felipe II enviudó de su primera esposa, María Manuela de Portugal. Tenía 17 años y un implacable ardor sexual que le llevaba a vivir romances por doquier.
A raíz de la muerte de su esposa intensificó sus relaciones con una dama de la Corte a la que ya había conocido íntimamente en Toro antes de desposarse con la portuguesa. Se llamaba Isabel de Osorio, conocida como la dama de Saldañuela, pero también como la puta del rey, fue con ella con quien el jovencísimo Felipe se asomó a la vida y a las bondades del sexo.
Su importancia es innegable.Prueba de ello son los nada menos que 15 años de relación, los dos hijos bastardos que supuestamente tuvieron, un magnífico palacio construido para ella y una notable fortuna en dinero y joyas, cuyo detalle figuró en el Archivo de Simancas. Y, sin embargo su presencia en las múltiples biografías que de Felipe II se han escrito es inmerecidamente escasa.
Por ejemplo, esto, que hoy no pasaría de ser una mera esquela, es lo que el gran biografo del monarca Luis Cabrera de Cabrera, consideraba, en 1619, que ella merecía: " Murió doña Isabel de Osorio, que pretendió ser mujer del rey don Felipe II, y dejó al conde don Pedro de Osorio, su sobrino, ocho mil ducados de renta y sesenta mil de muebles y dinero". Si se sintió su mujer, quizás sería porque él le dio pie para que así fuera. De hecho Guillermo de Orange, el príncipe traidor que se convirtió en líder de los rebeldes holandeses frente a la corona española, también consideraba que este amor fue más allá de una pretensión de la dama. En su Apología, libro en el que relataba las supuestas barbaridades atribuidas a su rival, el rey español Felipe II, y que fue el germen de la famosa Leyenda Negra, afirmaba que cuando este se casó por primera vez -con su prima María Manuela de Portugal-, ya estaba desposado con Isabel de Osorio. En aquel entónces, el joven heredero español tenía 16 años y a buen seguro que habría deseado que fuera cierto. Asimismo, su enemigo hablaba sin margen de duda acerca de los dos hijos que la pareja ya habría tenido: Bernardino y Pedro, el primogénito, que pasaba por ser su sobrino. Y señalaba a Ruy Gómez de Silva, príncipe de Éboli, fiel aliado y amigo de Felipe, como la persona que podría dar fe de toda la historia al haber sido él quien habría negociado el matrimonio.

No está claro el momento exacto en el que Felipe se enamoró perdidamente de Isabel, mujer casi 10 años mayor que él y a la que estaba acostumbrado a ver en la corte al ser dama de compañía de su madre, la emperatriz Isabel, para pasar después al servicio de sus hermanas Marís y Juana de Austria. No es descabellado pensar que quizás ocurrió poco antes de su enlace con María Manuela, la desgraciada hija de los reyes de Portugal que, si bien logró darle el sucesor que tanto necesitaba, nunca consiguió que su esposo venciera la repulsión que le producía su gordura.
Si la desgraciada esposa conocía o no la existencia de su amor adúltero con Osorio, es algo que se llevó a la tumba antes de cumplir los 18 años, cuatro días después de haber dado a luz al infante Carlos.

Posible retrato de isabel de Osorio reflejado en la obra
Dánae recibiendo la lluvia de oro, cuadro de Tiziano (1553). Museo del Prado

El amor del rey por isabel fue tan grande que, mandó construir, tras finalizar su relación apasionada con ella,  un magnifico palacio (el palacio de  Saldañuela ) en un pueblo burgalés. Lo que provocó el enojo y los celos de sus vecinos que empezaron a llamar el palacio  ” La casa de la puta del rey “.


Fue voluntad de Isabel construir un convento enfrente del palacio para ser enterrada en él y lo entregó a la Orden de las Trinitarias. Aunque su verdadera tumba en vida sería el forzoso abandono de Felipe cuando estaba a punto de firmar la paz con Francia, en abril de 1559. El Tratado de Cateau-Cambresis contemplaba la boda del rey español con la hija del rey francés, Isabel de Valois. Y esta circunstancia hacia imposible ya continuar la relación con Osorio.
La dama de Saldañuela no se casó jamás. Pasó los siguientes 30 años de su vida en un encierro voluntario, hasta que murió en 1589 a los 67 años. En la lápida que se halla junto a su tumba figura equivocada la fecha de su defunción nada menos que en 43 años. Pero no es el único desastre que la Historia le ha deparado. Una urbanización de adosados oscupa hoy el emplazamiento del monasterio y acorrala la ermita del Santo Cristo de los Buenos Temporales, que acoge su sepultura comida por la humedad. Otra prueba de que el único trono que alcanzó Isabel fue el corazón de Felipe. El gran amor del monarca acabó empujado al rincón de los proscritos, donde ha dormido en abandono hasta nuestros días.

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